CUARTO OSCURO

Estación de octubre

Por: Rigoberto Hernández Guevara, 16-02-2018 .

Todo iba a normal en lo que respecta a la sombra que mi cuerpo dibuja en el suelo.

La sombra del sol me acompaña desde niño, pero hace unos días comenzaron a ocurrir situaciones muy raras.

Debo admitir que algunas veces, sino es que durante un día o dos, tal vez años, nunca me acordé de la sombra. A pesar de saber de su existencia.

Con el día olvidé ese espacio de tierra que lleva mi cuerpo y lo copia, que lo pervierte todo el tiempo.

Si paso por las calles y me meto en los rincones que disuelven las sombras, concluye su función de paleta. Con los cinco sentidos capto de nuevo el momento justo en que la sombra pasa de un estado a otro de mi cuerpo.

Envuelto en la noche espero la luz del sol con ansiedad y un cigarro prendido halla espacio en mi mano y se consume. En la esquina han filtrado aire, agua purificada.

Hay humedad en la estación de invierno, una diadema es la luz, el primer fulgor de la cortina. Encima pienso en las paredes, en sitios de piedra, de amplios esquemas.

El suelo seco parió luz. Es de adentro que ha salido corriendo la iluminación y sus iluminadores. Durante el suelo. Soy sombra de poste eléctrico, de un teléfono anacrónico, de un anunció replicado en negativo por el pavimento.

De niño espantaba las moscas con mis noches improntas. Inexplicables. En los mediodías salgo a comer mariposas blancas, hojas, telegramas de mi otro cuerpo.

Desde hace días la sombra me acecha. Un silbido es una simple flecha en medio de la calle. Se escuchan los pasos de la tarde. Veo pasar la sombra. Como un altar, un espantapájaros, veo pasar mi sombra.

Frente a frente como dos soldados caminamos aprisa. Un tiempo corrimos aplastados por el tiempo. Una iglesia nos precipita en el viento, voy corriendo muy recio. Escucho el ladrido abierto de los perros mordiendo.

Durante la sombra hay perros echados. Un aviso, un tejado. Una parada de autobús. La calle es una arenga, larga hilera de pequeñas nubes de árboles caídos.

Ocurre que la sombra me persigue y he vuelto a ser aquel chiquillo preocupado. Atormentado.

Voy corriendo por las paredes y mi sombra es mucho más rápida que yo y sin ningún esfuerzo. Voy secándome el sudor en esta avenida oscura y pantanosa con semáforos rojos palpitando por todos lados.

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