El Fogón

Historias de Frontera: el tercer corazón… (Capítulo XV)

Por: José Ángel Solorio Martínez, 17-10-2018 .

Las órdenes del señor Armenta, tenían que cumplirse a cabalidad. Lo que dijera, era palabra de Dios. La disciplina del grupo, era esencial para las tareas de la Compañía. Eran un Ejército y sus reglas eran las de una milicia irregular. La jerarquía, era totalmente piramidal: el Jefe y el resto, puro subalterno. Las decisiones nunca han sido colectivas; la autoridad, es unipersonal.
Desobediencia leve: 10 tablazos –eran propinados con un tablón de dos por cuatro pulgadas, que se habilitaba como si fuera un bate de beisbol-; insubordinación: tres días colgados de las muñecas en un árbol, desnudos, sin comer y sin beber; traición: muerte ejemplarmente dolorosa.
Llegamos a las seis de la mañana al lienzo charro.
Era mi segundo día de trabajo.
Nunca, había visto algo así en mi vida.
Y vaya que en los lugares que he trabajado, contemplé horrores. Las dos caballerizas, estaban empantanadas; un lodo rojo y maloliente, era la alfombra donde descansaban los cuerpos inertes de los caballos. Músculos y pelos, hermosos, inanimados. Desprendidas, las 50 cabezas habían sido apiladas en el centro del lienzo; parecía una grotesca fuente, de la cual chorreaba plasma y baba.
La sangre, soltaba un vapor ácido, semejante al amoníaco.
-Teniente, junte todo y préndale fuego-dije.
-¡Sí Capitán!..
Unas enfermeras de la Cruz Roja, atendían en la entrada del redondel a una chica de algunos 24 años. Morena, pelo rizado. Vestía pantalones de mezclilla ajustados, botas vaqueras, un sombrerito de lana y una blusa pegada al cuerpo que dejaba ver su esculpido abdomen y un sensual ombligo. En su mano izquierda, un Cartier de oro puro. En su cuello, una cadena con un grande crucifijo dorado. Estaba en un llanto; a punto de la histeria.
Era la novia del Pocho.
Hablé con ella para calmarla. Le dije que nada le pasaría, mientras nosotros la cuidáramos. Me dijo, que alcanzó a ver los hombres que acabaron con la cuadra de su novio.
“Iba con ellos un señor que le dicen el Tizón”, comentó.
Luego de una hora y media y de varias pastillas tranquilizantes, la damita que dijo llamarse Karla, pidió irse. La llevé del hombro a su coche. Quedé azorado. Era un Lamborghini, rojo, impresionante. Traía placas de Texas. Pensé que era demasiado carro, para tan poco pueblo: estábamos en Miguel Alemán, Tamaulipas.
Con su control, abrió las puertas del coche que se desplegaron hacia arriba, como alas, y se marchó dejando con el soplido de los estridentes mofles una nube de fina arcilla y minúsculas arenillas.
Pensé hablar al Ministerio Público.
Luego me ganó la risa.
¿Qué chingados va a hacer un Fiscal Federal investigando la muerte de unos caballos?..
De todos modos, informé a mi superior. Me sugirió hacerme pendejo. Eso sí: me pidió redactara un informe de los hechos. “Lo de la investigación de los animalitos, es más bien de los civiles, no de nosotros,” me dijo el General.
Al otro día me llamó el Pocho.
Me agradeció el gesto de haber protegido a su novia. Realmente no había sido el caso. Ese fin de semana, se me acercó un hombre. “Mi jefe está agradecido con usted, Capitán. Mucho muy agradecido,” comentó. Me entregó un paquete y se marchó silenciosamente.
Me instalé en el asiento trasero de la camioneta, para abrir el envoltorio lejos de la mirada del Teniente. Lo abrí, un tanto ansioso. Era un Cartier. Llevaba una tarjeta: “Con todo respeto y agradecimiento. Para su esposa”.
-Páseme un refresco Teniente-.
Abrí la lata de Coca Cola y dejé con satisfacción que el chorro de gaseosa helada, se expandiera en mi garganta.
Pensé cómo se vería Mi Tesoro, con el Cartier.
Sonreí dándole un largo trago a mi refresco.
Sonó mi celular.
Era Armenta. Me dijo que reconocía mi trabajo y que era de hombres lo que había hecho con la pareja del Pocho. Me comentó que en su guerra, había códigos. Y que se respetaban. Me contó, que el Tizón recibió la orden de no lastimar a la novia de su enemigo. Este es un pleito entre caballeros. Nunca se deben tocar, a quienes no están en el frente.
Cerró con una frase, que al momento no pude dimensionar:
-Nomas en la guerra del amor, todo vale Capitán.

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