CUARTO OSCURO

Encuestas alegres

Por: Rigoberto Hernández Guevara, 15-02-2018 .

El análisis político pasa por lo que la gente dice y piensa. Siempre que se pulsa el sentir popular, hay sorpresas. Si esto no pasa, la encuesta se torna sospechosa.
Por eso hay quienes de esa noble tarea que nos sirve a todos, hay personas que han hecho su agosto. Las encuestas son buenas pero cuadradas, pues miden en número, no en sentimiento, y creo que hay maneras de buscar cómo medir el afecto, pero también el coraje.
La gente decepcionada habla de todo y en contra de sus apremiados contrincantes o de sus exiliados o de los que a partir de esas horas serán sus enemigos.
Existen las preguntas a modo para que todo caiga donde mismo, nombre güey los electores te quieren un chingo, por ejemplo, que es lo más cotidiano.
El análisis político, me queda claro, va más allá de las encuestas, pero las toma en cuenta con la versión en ambos sentidos, desde el punto de vista crítico hacia la misma encuesta desconfiando de ella, o como mero dato de quién contra quién y con qué énfasis. En eso consiste.
El análisis político es difícil si estás con una de las partes, cosa muy común por estos lugares, cada quien habla como le haya ido en la feria y de acuerdo a sus propias querencias y sentimientos. Odiando no te parecerá que tu enemigo sea querido por otros, que tus correligionarios se te hayan volteado o que, pagadas las encuestas, te resulten en sentido contrario. Eso a nadie conviene. No vuelven a contratarlo por mentiroso al fulano.
No obstante un buen análisis político no debe entender de reclamos, se hace porque se hace, dice la neta contra lo que en su momento se piensa, dice lo contrario simplemente porque se apega a lo que habla, dice o piensa la gente, pero hay que escarbarle.
Hay lugares en donde siempre que se plantea una encuesta los del escritorio lo enredan todo con el fin de que nadie las entienda, pero eso no opera a la hora de andar en la calle, culminan por hacer una consulta muy cuadrada cuyos resultados no son eficientes.
A un encuestador hay que preguntarle cómo le fue. Aparte, sin un apunte, él vio a las personas de frente y hay qué sacarle lo que otros no ven. Sumirse en esas posibilidades y en la habilidad del encuestador para explicar lo que vio, pero no escribió, es decir: lo que las preguntas cerradas y encuadradas en un marco teórico, no siempre práctico, no cuestionaron.
Cuando fui jefe de Investigación del CISEN en Tamaulipas (perdón por la presunción), pude darme cuenta: una buena encuesta debiera personalizar las preguntas, pero ante esa imposibilidad, dado el universo mismo que a veces es mayúsculo por la misma pretensión, los encuestadores hacen su trabajo, que por otra parte si no los supervisas, lo responden sentados en las banquetas, me ha tocado verlos, vigilarlos y reprenderlos. Y todavía de ahí se obtiene la media aritmética.
Por otra parte, depende de un buen encuestador el curso de la encuesta, del estado de ánimo en el que se presenta, de la cultura que tenga para dirigirse a las personas. Pero eso pocas veces es tomando en cuenta.
En una encuesta que posteriormente servirá para el análisis político, por ejemplo, se consideran la frecuencia y las variables, pero pocas veces mide las posibilidades, la cercanía real a la potencialidad de una pregunta, la capacidad que tiene una misma respuesta dicha por una persona distinta, cambiándole la hora de la pregunta.
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