CUARTO OSCURO

Declaración de fe

Por: Rigoberto Hernández Guevara, 22-02-2018 .

Vengo a declarar mi muerte. No siento nada. Dicen que eso pasa, que no se siente nada, y eso que es lo único que se percibe con los cinco sentidos juntos, el sentimiento.

Declaro mi muerte con riesgo de no ser percibido, de que me ignoren en este momento que debiera ser fatídico, pero esperado. Cansado de esperar, el momento es este y lo quiero.

Díganme de qué color es el infierno para ir con ropas a modo, yo el desaliñado, no vaya a ser que tampoco me quiera el diablo, por derecho, por diestro.

Creo que debí ser zurdo, un poco más siniestro, ir más allá de los simulacros.

Declaro mi putrefacción increíble y anticipada, mi niñez absurda la declaro cargada en la espalda, lisa como un piso donde se resbala y cae al suelo, luego se cuelga, el niño que soy vive en mi cuerpo desde antes y ahora.

Aquí le di cabida, de alguna parte vino conmigo, del mismo planeta. Arrancado de la tierra.

A los más chavos les diría que sean iguales, nunca diferentes, son a los que menos quieren. A uno no lo encuentran ni lo buscan cuando lo hallan. Tiene uno siempre que sacar el perfil bajo y como una bandera restregárselos a la cara. ¿Quién anda ahí? Soy yo, -ah no es nadie-. El que se muere en la tarde. Es lo mismo, a quién le importa.

Declaro mi muerte en la fe, veo a los lados y no hay nadie, ni soldados. Así debe ser. Creo. Ahora creo en lo que veo y en lo que no veo, soy el pequeño Tomás incrédulo que lame la herida de siempre en el costado de la mano agusanada.

Me duele un poco la cabeza, debí habérmela golpeado. No recuerdo bien, porque poco a poco, como había leído, se pierde la memoria y el sentido de la distancia, todo es aquí y ahora.

Para quienes la vida fue siempre allá y nunca, eso debe doler bastante, pero estoy en la muerte.

Aquí ante el ministerio público de Dios doy fe de mi cadáver, no esperaré el fedatario normal que llegará con achichincles a levantar mi cuerpo en una camioneta. Me doy, me di, no pude con el peso de la gloria de no ser comprendido.

Bastante me victimicé e hice lo mío, no podría quejarme. Peronací en un sitio oscuro y no pude salir, pues fue siempre esto y aquello que no fue, lo demás que jamás será.

Lo demás que queda quedará conmigo en esta muerte, que es lo único que tengo y a la cual puedo decir unas cuentas palabras aunque nadie las lea.

Desde que nací puse la mirada en el infinito de mis dedos obtusos y nerviosos. En los alambres de mis venas que corren sin límite todavía hacia la calle, hacia el cascajo del aire.

He pedido que incineren mi cuerpo. No recuerdo haberlo dicho, pero lo he pedido. Así es uno. Si queman mi cuerpo no podría saberlo, si no tampoco, quién podría reclamar, no quiero que me vean en la decadencia que siempre viví, por eso me escondía del humo, de las persianas de la vida en vela. De las patadas.

Declaro mi muerte como declaración de principios y finales. Nunca dije que me mataría, pero había revisado los trenes y las carreteras, las señoras a una orilla como si temieran que algo pasara; pasé por las farmacias, por los oscuros pasillos de cuartos olvidados, junto a una escalera, en el baño, en las rejas de una pequeña ventana me aseguré que cupiera un cuerpo y que no saliera.

Que no hubiera nadie ni nada, para que lo ministeriales no olfatearan el largo olvido, el viejo sabio que murió enredado en un hilo de labios y flores malolientes en la bolsa de la camisa mal lavada.

Si dices que mueres te victimizas y quieres que te vean, que te atiendan según las personas, si dices que te duele es que te duele, que te pudres, si dices que mueres, es nada más que te mueres y es todo.

No quieres chantajear a nadie sino al contrario instalas en un cartón de aceite el clásico no se culpe a nadie de mi muerte y ahí queda, para la historia, para la foto de un reportero gráfico que se coló a la casa, al pequeño cuarto donde el cuerpo que fui yace.

No quise ser nadie. Sólo que la vida me fue llevando, por dentro traigo el impulso de una rama que se mueve, ni siquiera hubo aire, aunque lloviese. Como si nunca hubiere existido nada, ni una palabra.

Ni una palabra más que estas que declaro escriban, escriban que no he muerto, que me quedaré entre ustedes, como se dice en los discursos trémulos de las pompas fúnebres. Pero es no es cierto, me iré para siempre.

NOS VIMOS

Tus comentarios ayudarán a tus amigos y a otras personas a conocer más sobre esta noticia.